Moby Dick – Herman Melville

Fuente: – Moby Dick Transcendent (1930), Rockwell Kent, illustration for the Lakeside Press edition of Moby-Dick. https://apollo.imgix.net/content/uploads/2019/08/4_MD.jpg?auto=compress,format&w=900&h=600

Vuelvo a mis lecturas fragmentarias.

Lo leí de grande, nunca fue muy de las cosas enciclopédicas, quizá por ello alargué mucho su lectura, durante años la tuve en la mesa de luz para leerla de a poquito con pausas a veces de varios meses. A veces releí partes para recordar. Una vez, estando cerca, quise ir a Nantucket, pero me corté un dedo y gasté lo que tenía planeado gastar en su costura y curación, y en una antitetánica.

Mis pasajes predilectos son largos, por lo que no los tengo subrayados, solo marcados. Debo decir que pertenecen al inicio de la novela, el III y el IV. El primero de ellos es el encuentro de Ismael y Queequeg, donde ambos deben compartir una cama. Y el segundo, hace referencia al despertar de ambos. No los pondré aquí porque resultan extensos.

El capítulo LVIII, llamado Brit, también fue marcado en su totalidad, aunque aquí pondré algunas de sus partes en particular. Así también, marqué que capítulo CXI llamado El Pacífico.

Aquí elegí algunas cosas, solo para recorrer el libro de nuevo.

Pero la Fe, al igual que el chacal, halla su alimento entre las tumbas, y desde este cúmulo de dudas ya muertas saca sus mayores esperanzas de vida. (p.53)

Queequeg había nacido en Kokovoko, lejana isla situada al Sudoeste. No está en ningún mapa; ningún lugar verdadero lo está nunca. (p.79).

(…) hay algo impalpable en lo más recóndito de este color [blanco] que causa más pánico al alma que el rojo que nos asusta en la sangre. (p. 255)

(…) el espíritu que salía llameando por aquellos ojos cuando Ahab surgía corriendo de su camarote no era sino algo vacío, un ser sonámbulo e informe, un rayo de luz viva, por supuesto, pero sin objeto que colorear y, por ende, un verdadero vacío en sí. ¡Que Dios te proteja, viejo! Tus pensamientos han engendrado una criatura en ti; su intensidad te ha convertido en un Prometeo. Un buitre te roerá eternamente el corazón, un buitre que no es más que el ser que tú engendraste. (p.271-272).

(…) por mucho que el infantil ser humano alardee de su ciencia y de su habilidad, y por mucho que en un halagüeño futuro esa ciencia y esa habilidad puedan ser desarrolladas, lo cierto es que para siempre y siempre, hasta el fin del mundo, el mar le insultará y le asesinará, y pulverizará la más majestuosa y poderosa de las fragatas que el hombre sea capaz de construir (…). (p.371).

Considerad la sutileza del mar, cómo sus más temibles criaturas se deslizan bajo sus aguas, sin ser vistas apenas, escondiéndose traicioneramente bajo los más bellos matices azules. Considerad también la diabólica brillantez y belleza de muchas especies de tiburones. Considerad una vez más el universal canibalismo del mar, cuyas criaturas se devoran unas a otras sin excepción, haciéndose una guerra eterna desde que el mundo empezó.

Considerad todo esto, y luego volved vuestra mirada hacia esta tierra verde, dócil y amable; considerad ambas cosas el mar y la tierra, ¿y no encontráis una extraña analogía con algo que hay en vosotros mismos? Pues del mismo modo que este espantoso océano rodea la verde tierra, también en el alma del hombre yace una insular Tahití, llena de paz y gozo pero rodeada de todos los horrores de una vida conocida a medias. (p.372-373)

Todos los hombres viven envueltos por cabos balleneros. Todos nacen con un dogal al cuello; mas es sólo cuando se ven atrapados en el veloz e inesperado torbellino de la muerte que los seres mortales se dan cuenta de los silenciosos, sutiles y omnipresentes peligros de la vida. Y si eres filósofo, aunque estuvieses sentado en la lancha ballenera, no sentirías ni pizca más de temor del que experimentarías de estar cómodamente sentado ante el fuego, con un atizador en vez de un arpón a tu lado. (p.381)

Sois tiburones, cierto, pero si gobernáis al tiburón que hay en vosotros, ¡caramba!, pues entonces seréis ángeles, pues todo ángel no es más que un tiburón que sabe gobernarse. (p.398)

¿No resulta curioso que un ser tan vasto como la ballena vea el mundo a través de un ojo tan pequeño, y oiga tronar a través de un oído que es más diminuto que el de una liebre? Pero si sus ojos fuesen tan anchos como la lente del gran telescopio de Herschel, y sus oídos tan espaciosos como los pórticos de las catedrales, ¿sería por ello más larga su vista y más aguzado su oído? No, en absoluto… Entonces, ¿por qué tratáis de «ensanchar» vuestra mente? Sutilizadla. (p. 447)

Sí, nos hallábamos en esa calma encantada que dicen que hay en el corazón de todas las conmociones. (p.523)

¿Qué era América en 1492 sino un pez suelto en que Colón clavó el estandarte de España a modo de banderola que señalaba su pertenencia a sus regios señor y señora? ¿Qué era Polonia para el Zar? ¿Y Grecia para los turcos? ¿Qué era la India para Inglaterra? ¿Qué acabará por ser México para los Estados Unidos? Peces sueltos todos ellos.

¿Qué son los Derechos del Hombre y las Libertades del Mundo sino peces sueltos? ¿Y qué sino peces sueltos las mentes y opiniones de los todos los hombres? ¿Qué son para los ostentosos y taimados verbalistas las ideas de los pensadores sino peces sueltos? ¿Qué es el gran globo terráqueo sino un pez suelto? ¿Y qué eres tú, lector, sino un pez suelto y un pez amarrado también? (p.540)

Y así como al ser invadidos sus valles, los glaciares suizos se han retirado a sus montañas; del mismo modo las citadas ballenas, ahuyentadas de las sabanas y claros de en medio del mar, pueden recurrir en último extremo a sus ciudadelas polares y, zambulléndose por debajo de las últimas y cristalinas barreras que hay allí, aflorar a la superficie entre campos helados y masas de hielo flotante, y, en medio de un círculo encantado de perdurable diciembre, lanzar su desafío a la persecución de los hombres. (p.627)

(…) consideramos a la ballena inmortal coo especie, por muy perecedera que sea como individuo, Nadaba en los mares antes de que los continentes emergiesen; en otros tiempos surcó surcó las aguas allí donde donde hoy se alzan las Tullerías, el castillo de Windsor y el Kremlin. Durante el Diluvio Universal menospreció el Arca de Noé; y si alguna vez el mundo vuelve a verse inundado, al igual que los Países Bajos, para matar de una vez a todas sus ratas, entonces la ballena eterna sobrevivirá y, alzándose en la más alta cresta de la inundación ecuatorial, lanzará su surtidor de espuma en desafío a los cielos. (p.628)

Los climas más cálidos crían los colmillos más crueles: el tigre de Bengala acecha en bosquecillos perfumados de verdor incesante. Los cielos más refulgentes albergan los truenos más mortíferos: la esplendorosa Cuba sabe de tornados como jamás barrieron las tierras del Norte. Así, también, en aquellos resplandecientes mares del Japón, el marinero se encuentra con la más espantosa de las tormentas: el tifón. A veces estallará en aquel cielo sin nubes del mismo modo que la bomba explota en medio de la ciudad tranquila y adormecida. (p.677)

(…) para la prodigiosa pericia del perseguidor, una cosa tan proverbialmente evanescente como es la estela escrita en el agua se convierte, para todos los efectos apetecidos, en una señal tan digna de confianza como la tierra firme. (p.748)