Incesto – Anaïs Nin

«Hay en mi visión, en mi cuerpo, en mis deseos, una fisura permanente, y la locura la empuja adentro y afuera, adentro y afuera. Los libros están sumergidos, las páginas arrugadas; cada perfección piramidal arde totalmente al impulso de la … Sigue leyendo

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CARNE – Texto de exposición

El presente texto fue realizado para la presentación de la muestra CARNE con curaduría de Osvaldo Salerno en la Sala Olga Blinder del CAV/Museo del Barro. Año 2010.

CARNE

Lia Colombino

Fotografía: Fernando Allen

La carne contra la carne produce un perfume, pero el roce de las palabras no engendra sino sufrimiento y división.

Anais Nin

(…)La obscena frasecita de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne no define el fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro infinito de los sonidos. Esa frase no insulta a la voluptuosidad sino a la carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja cuyo relámpago es el alma.

Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano

Afiche de Carne (Argentina, 1968)

Delicia, la obrera de frigorífico que interpreta Isabel Sarli en el bizarrísimo filme Carne (Argentina, 1968), escucha a su violador en el momento exacto del estupro: “Esto es lo que quiero… carne sobre carne”. La violación ocurre en el lugar de trabajo. Sarli: carne, sobre carne: res.

La palabra, carne, va asociada siempre a algo pasional o por lo menos voluptuoso, siempre violento. Comer carne, tocar carne, la carnación, la carnalidad, la encarnación, las carnestolendas, ser carne, mostrar carnes, abstenerse  de ellas, también. ¿Qué es lo que nos salva de nuestra propia carnalidad?

La piel, vestidura e investidura de la carne, de lo informe y lo impreciso, viene a envolvernos y a contenernos de la violencia de la carne. Este contenedor se cubre de nuevo para entrar en el mundo, para el mundo pundonoroso en el cual vivimos. El vestido, en nuestra cultura, ya no implica solamente protección y eso lo sabemos bien quienes llevamos a la práctica ese ritual de todos los días: elegir aquello que nos cubrirá y, a la vez, mostrará lo que esperamos que se sepa de nosotros mismos.

El arte encontró en la piel, y por su exposición y a través de lo que cubre, también en la carne, una obsesión desde casi siempre. En esa exposición de la piel del modelo por el artista, de su carne, radica un acto violento. Una violación, un desacomodo, una apertura hacia un otro orden.

Foto: Fernando Allen

Tacto, la intensidad del roce

¿Cuál es la línea que separa la caricia del golpe? Una facultad, la del tacto, que a veces apenas percibimos, cuyo órgano, la piel –el órgano más extenso- es el depositario de aquello que según intensidad e intensión es caricia o golpe.

¿Qué es lo que determina la intensión y la intensidad?

¿Dónde está el límite entre el roce y el maltrato? ¿Qué caricia no intenta desentrañar algo? Desentrañar, en su dual sentido ya –el literal y el metafórico-, el de arrancar las entrañas de algo y el de penetrar en lo más profundo de una materia.

Foto: Fernando Allen

“(…) los pintores corren el riesgo de desollar la carne de su ‘modelo’”[1], dice Didi-Huberman, y no está lejos de la literalidad. Desollar, sacar el cuero, despellejar, desvestir el cuerpo de su más profunda piel[2]. Luego, exponerlo a la mirada que vuelve a tratar de desentrañar algo, esta vez no sólo del modelo, también de la representación de la carne, de la piel, del cuerpo; también del artista.

Foto: Fernando Allen

De alguna manera, el cuerpo del artista entra al ruedo de este juego de desentrañamientos. A través del cuerpo que su obra (re)presenta, el artista pone su propio cuerpo para que continúe el violento juego que empezara.

Jugar con el propio cuerpo, en el cuerpo del otro, bajo la mirada atenta de otros más. Una mirada que, según intensión o intensidad, busca ser caricia o corte, golpe, objeto de mirada o violación.



[1] Georges Didi-Huberman, La pintura encarnada, Pre-texto, Universidad Politécnica de Valencia, Valencia. 2007, pág. 29.

[2] Julio Cortázar, “Tu más profunda piel” en Último Round, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1969, pág. 93-96.