Presentación de Paraná Ra’anga, Itinerancia (Asunción)

Parana Ra’anga: El río bajo los pies

Lia Colombino[1]

Era yo un río en el anochecer,

y suspiraban en mí los árboles,

y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.

¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

Juan L. Ortíz

Una travesía nunca empieza cuando empieza. Tampoco termina cuando se cree terminada. Empieza antes, no se sabe muy bien cuándo. Pero, ¿termina?

El día 29 de marzo de 2010 llegamos al Puerto de Asunción en ese enorme barco que es el Crucero Paraguay, los que habíamos sido parte de una expedición llamada Parana Ra’anga que, saliendo de Buenos Aires llegaba a Asunción. Luego de casi un mes muchos de los expedicionarios no sabíamos todavía qué nos había ocurrido en ese tiempo extrañamente vertiginoso en el cual nos dispusimos a otear horizontes ribereños.

Habíamos estado “subiendo el río hacia atrás”, como apuntó Jorge Fandermole en una canción compuesta abordo. Habíamos estado comprobando la puntualidad de los amaneceres y la de los insectos al atardecer; corroborando la corriente de un río que parece mar, y de otro río sinuoso, de orillas cercanas. Habíamos visto tormentas, nos había mojado su lluvia, nos habíamos quedado paralizados ante la audacia del relámpago. Expuestos al contagio de otras miradas confrontando la propia, habíamos ingresado en mundos distintos, a veces opuestos. Saberes, miradas, artes y oficios, todos diversos, prestando sus prismas, para ver y para sentir, con ojos y sentires ajenos.

Abordo

Pensar el río. El tránsito. Detenerse. Pensar con un río bajo los pies. Pensar el acontecer. Sentir que el tiempo pasa de otra manera. Sentir el tiempo. Mirar un trascurrir. Detenerse de nuevo. Escuchar. El río, sus márgenes, lo que vive allí. Dormir con un río debajo.

No hay representación posible que encierre dentro de sí algo de lo que se experimenta navegando a un promedio de 5 km por hora, ralentizados aún más por vientos, tormentas y pequeños accidentes.

Sacados de la vorágine de la realidad cotidiana, este delay permanente al cual fuimos expuestos parece ser la experimentación concreta de otro tiempo en relación con el espacio, ese otro tiempo impuesto y que cada uno logró hacer suyo, de múltiples maneras. Casi como la experiencia aurática benjaminiana, el río nos devolvía la mirada, interpelaba nuestros saberes, nuestros oficios y nosotros, como ante una rasgadura en la pantalla-tamiz (aquella que nos salva de lo que Lacan entiende como “lo real”) debíamos deponer la mirada o dejarnos atravesar (como venía diciéndonos Juan L. Ortíz en ese hermoso poema). Y ese dejarse atravesar, sabíamos, no podía ser gratuito.

La vuelta a la cotidianeidad tendrá sentido de pérdida. Costará retomar un hilo en la punta del ovillo y reconstruir sentidos. Si esta travesía hubiera sido un libro, si se pudiera leer ese tiempo fuera de los goznes, ese tiempo dislocado del cual habla Shakespeare en Hamlet, si pudiéramos pensar este viaje como escritura en el espacio podríamos acaso recordar a Barthes y su texto de goce: el que de alguna manera “hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector; la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje”[2]

¿Termina?

Al comenzar esta travesía cada cual había venido con un proyecto bajo la manga. Con el correr de los días, estos fueron cambiando de curso, siguiendo otra corriente, quizá contaminados por el cruce que había fomentado el barco, la convivencia, el tiempo. Ese 29 de marzo, cuando nos reunimos en la Biblioteca Cervantes, expedicionarios y becarios volvieron a pensar las posibilidades de sus aportes.

El 31 de marzo, cuando cada uno de nosotros volvió a sus días, en una tierra que no se sentía tan firme, algo no había terminado de concluir.

Esta muestra será la prueba de ello, estas actividades nos volverán a convocar y multiplicarán la experiencia de la travesía en otros.

Una travesía nunca termina cuando termina. No se sabe cuándo ni en dónde. Hemos sido atravesados por el río como en el poema de Juan L. Ortíz, y eso será algo que no terminará de finalizar.

La muestra que inaugura el Centro Cultural de España Juan de Salazar, empieza en Asunción el 21 de octubre. Bajará el río como el Vapor de la Carrera, desandará nuestro trayecto buscando a quienes atravesar.


[1] Co-editora de la expedición.

[2] Roland Barthes, El placer del texto (seguido de Lección Inaugural), Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.

TEXTO PARA EL HUERTO DEL JUANDE (Dossier del Juan de Salazar en E’A)

La cita de Pitol

En una librería de usados en Rosario había encontrado un librito de Sergio Pitol. Me venía topando con textos de Pitol en Internet y en algún libro de Bellatín. Decidí comprarlo. Son cuatro cuentos; el libro lleva por título el de uno de ellos: Del encuentro nupcial.

Hacia el final del libro, en el cuento que presta su título al libro, encuentro un fragmento que me paraliza:

“Cuídate de las estelas de los barcos. Cuídate, sobre todo, de los barcos”.

Asunción, 14 de abril de 2010

Saco un montón de papelitos que quedaron en un bolso. Abro los papelitos, uno a uno. Transcribo las pequeñas agendas de abordo que elaborábamos con Graciela, sentadas en el restaurante o en la barra de cubierta. Esa barra convertida en escritorio de varios.

Cada vez que transcribo algo, lo recuerdo.

Los finales

Una travesía nunca termina cuando termina. No se sabe cuándo termina ni en dónde. Muchos de nosotros sentimos que hemos llegado a tierra movediza.

Algo ha de haber cambiado. Hemos sido atravesados por el río como en el poema de Juan L. Ortíz, y eso será algo que no terminará de finalizar.

La útlima cena

La cena en un restaurant de Trinidad fue extraña. Una mezcla de muchas cosas. Las mesas fueron distintas, algunas más serias. La mesa más grande fue la del desmadre, en el buen sentido. Las risas, los juegos (animados siempre por Mariano).

Ya luego, en el pequeño patio al cual fuimos todos, los brindis. Los agradecimientos, los últimos discursos. Y los abrazos, todos y cada uno de nosotros fuimos abrazados y abrazamos.

Para algunos el viaje seguía, se quedaban en Asunción o iban a recorrer más allá. Para algunos de nosotros, terminaba aquí, esta noche. Con una rara alegría.