Una comida en una casa

Ignacio, su padre y Emi nos recibieron de lo mejor en una casa en san Bernardino, era bueno no estar en ningún restorán. Cerveza artesanal (que no es lo que me gusta, pero la gente la probó y dio su visto bueno), vinos, picadas, una sopa paraguaya como pocas y asado.

Hace mucho no lo hacía, estaba frita, y me tiré a dormir unos minutos en el pasto. Qué placer. Hay que retomar esas costumbres. Dormir en el pasto es una de ellas.

Luego un café en el Hotel del Lago y ya la vuelta.

En San Lorenzo, el infaltable Museo Boggiani. Doña Mari siempre muy cordial y amable nos atendió y nos abrió el museo y la tienda (que es otro museo impresionante de cultura viva). Los expedicionarios, aunque cansados, no tenían ojos ya para lo que veían. Había fascinación y eso es reconfortante.

Quería invitarles a todos los que pudieran a Areguá, pero la vuelta ha sido dura. Un extraño mazazo en el centro del cuerpo. Algo hay adentro que no logra reacomodarse en esta vuelta. Suspendí la cena que estaba planificando, con el dolor del alma.

Hacia Asunción

Rico ceviche de boga y brindis en cubierta. Rico ceviche, che, diríamos todos relamidos. Ignacio y Emi habían comprado la boga en Pilar y la habían hecho a la mañana.

Luego asadacho jefe, como diríamos algunos. Un domingo anterior habíamos avistado la parrilla que tenía la tripulación y que se estaba usando para el asado que no comeríamos nosotros. Así que Pablo A., armado con sus mejores armas para convencer, lo hizo para que tuviéramos nuestro asado también.

Íbamos a llegar tempranísimo a Asunción, así que por esas cosas que no se comprenden, por primera vez el barco tuvo que atrasar su llegada. Teníamos que llegar a la mañana, cuando el equipo de tierra de Canal Encuentro pudiera filmar algo.

El día transcurrió. Siguieron charlas, como siempre. Había sí una mezcla de emociones. Cosa rara.

Quería ver la llegada a Asunción. Como siempre fuimos a cubierta después de la cena. Ya se notaba la llegada a sectores más urbanizados, el olor delataba la ciudad.

El gin tonic corrió de la mano de Facundo y Eugenio.

A lo lejos el Cerro Lambaré. Quedamos allí esperando el amanecer. Se adivinaban siluetas.

Yo todavía tenía que hacer mi valija, ordenar cosas. Ya me temía que no dormiría nada, dormí casi nada. Salí de mi camarote cuando se podía ver algo.

Ya algunos, los de siempre, estaban arriba. Fuimos viendo la llegada a Asunción. Los molinos, Ita Pyta Punta (no la veía desde el río hace no sé cuánto tiempo), la bahía, el puerto. Allí la sorpresa: Claudia y Félix esperándonos. Ana saludaba desde el muelle, corría.

Cerro Lambaré

Ita Pyta Punta

Puerto de Asunción

Pilar

Las predicciones para llegar a Pilar antes del mediodía estuvieron bastante erradas. Así que se improvisó un tentempié para poder seguir.

Llegamos a Pilar ya a la tarde; al igual que nosotros allí estaban desde tempranas horas esperando que el barco llegara. Marcos y Paula nos saludaban desde el puerto.

Humaitá por tierra también se había perdido. Y el almuerzo, que se convirtió en espectacular merencena con mbeju, chipa, cocido, ere eréa.

En la plaza de Pilar, enfrente al Cabildo (estampa patria, si las hay), estaban esperándonos chicas y muchachos disfrazados de paraguayitos. Estas mismas imágenes las habíamos visto en el país vecino, pero ahora no suscitaba vergüenza ajena en los argentinos, extrañamente, al ser otro el país que reproducía esa especie de folclore nacionalista y anochecido, la mirada pasaba a ser condescendiente. A mí me empezó a picar la piel, digamos, como me pasa siempre en estos actos. No queriendo tampoco mostrar la cara que muestro en estos casos, me fui yendo. Escuché las arpas y luego recorrí una plaza, de esas que todavía hay por acá, con enmarañada y poco controlada vegetación. Eso es impresionante. Detesto las plazas ordenaditas, podaditas. Me gusta que la vegetación enloquezca.

Luego de discursos y más danzas con botellas y sin botellas, fuimos a la fábrica. Con visita guiada y todo nos llevaron por todos los lugares en  los que se llevan a cabo los muchos pasos por los que pasa el algodón.

Trabajadores hombres y mujeres, sin la debida protección es lo que saltaba a la vista. Algunos, alérgicos, nos tuvimos que cubrir para no respirar esa especie de nube de algodón en la cual estábamos metidos.

El ruido, impresionante, casi nadie contaba con protección para los oídos.

Pregunté por las medidas que tomaban para esto, a lo que respondieron lo de siempre: “Se les da todo cuando entran a trabajar, no quieren usar nada”. Como si la fábrica les diera a los trabajadores esa opción, no debería haber esa opción y punto. Se usa la protección o nada. Estaba enojada.

Luego sería ya la partida, ya de noche.

Ignacio y Emi –que no nos acompañaron en el periplo- habían ido en búsqueda de pescado; nos esperaba, al día siguiente, un ceviche espectacular.

Plaza de Pilar